autogestión vecinal

La Leyenda de Soledad Cruz - Gonzalo Abella (*)

Capítulo I X

Ya sé. No te permití interrumpirme antes, pero querías saber más sobre el destino de los hijos de Inaê, los nietos de Soledad.

Hablemos de ellos un instante, dejando por ahora a la vieja Soledad en la selva paraguaya.

Ambos niños sobrevivieron a las llamas de San Borja del Yí. Su madre Inaê -María de Zumbí la llamaban- cumplió a medias el pedido de Soledad. Ante la proximidad inevitable de su propia muerte el collar de dientes de jaguareté fue roto en dos mitades, y cada una de ellas anudada al cuello de uno de los niños.

La voluntad de la abuela había sido que el collar fuese heredado por el varoncito, y no puedo atribuir ningún tipo de machismo a la vieja Soledad; sus motivos habría tenido.

Pero una madre es una madre. Inaê, mirando la muerte, repartió el collar.

Así se fortalecieron los poderes milagrosos de la niña. Una aureola de prestigio y respeto por su sabiduría la acompañó toda su larga vida. A ella se acudía en peregrinación, desde los más lejanos confines del país hasta su humilde rancho cerca del Cerro de las Cuentas, para que atendiera enfermos, partos difíciles, males de amor y formas de bien morir.

Se la vio a caballo muchísimo después, de blanca divisa en la frente, en los campamentos de Aparicio Saravia. Le pidió al caudillo que no se acercara a Masoller, pues "lo iba siguiendo una bala, asegún entendí de una milonga que me trajo el viento". Así habló la nieta de Soledad, pero Saravia no la escuchó.

Dicen que el medio collar de dientes de jaguareté fortaleció su energía.

Pero quizás así se debilitó así la buena estrella del varón, que desde adolescente sufrió el mismo alucinamiento de Facundo, del Chacho Peñaloza, de Felipe Varela, de López Jordán y de Leandro Gómez, participando en innumerables montoneras federales.

Creo entender al hijo de Inaê. Parece que no se puede vivir impunemente a orillas del Paraná o del Uruguay: estos ríos te impiden la indiferencia. El ser humano que de pequeño se baña en sus aguas turbulentas o plácidas, en esos inmensos "potreros azules de sueños que viajan", como dijo sabiamente el poeta, queda preso de sentimientos que marcan su destino. Lo mismo ocurre aguas arriba en el río Paraguay, que trae en cada gota un suspiro del viejo Ansina, un recuerdo heroico de Humaitá, una partícula del polvo pantaneiro y otra del llano oriental altoperuano. Todo eso se funde en el Pará Guasú, en el mal llamado Río de la Plata.

El hijo varón de Inaê, el nieto de Soledad Cruz... Ah, un personaje muy especial.

De él todavía se evocan hazañas asombrosas cantadas por viejos guitarreros en pulperías y boliches del litoral. Los quiebres de la "cordiona verdulera" en Taragüí hacen contrapunto con las arpas misioneras para evocarlo. La brisa perfumada que embalsama el aire del Entre Ríos, en el retoñar de cada primavera, está hecho de los suspiros de las mozas que lo conocieron.

Recuerda: este niño se llamaba Laureano Rodríguez Chena. Ah, yo qué sé de dónde salió el Rodríguez, pero así fue. Si querés una opinión... el apellido Chena, así solito, asustaba. Aquella época conocía cosas que nuestra época olvidó.

Las montoneras federales... Toda la dignidad americana por un momento se refugió en ellas. A pesar de las claudicaciones de algunos caudillos connotados del Litoral, la sangre guaraní del sargento Cabral seguía latiendo en ambas márgenes del Paraná. La dignidad andina reaparecía en los combatientes altoperuanos de Felipe Varela.

La Argentina fue el refugio de aquellos tigres y tigresas embravecidos que cargaron sobre sus hombros la dignidad de todos, en los malones de la resistencia.

Las montoneras obedecieron así el llamado de la Madre Tierra como lo hicieron los bravos indios del Sur, del desierto y de la Patagonia. Malones al Sur, montoneras al Norte, todos enfrentaron al genocida y miserable general Roca, brazo militar de la codicia extranjera y del peor servilismo mercantil urbano.

Los caudillos gauchos sintieron el mensaje de los ríos y comprendieron que la gaucha caballería vencería finalmente a los modernos fusiles. Aunque la Historia Oficial diga exactamente lo contrario, porque sólo sabe contar muertos entre los héroes y heroínas que viven para siempre; porque no entiende que se renace en una dulce flauta andina o en la guitarra matrera; y porque tampoco comprende que la tierra agredida se restaura y es sanada en cada galope evocado, en cada rezo de los chamanes sobrevivientes.

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- Pero si yo te escucho, López Jordán.

-No sé, Laureano. A veces parece como que estás ausente aunque estés aquí. Bueno, como te decía, por aquellos tiempos el Bartolo Mitre Jaguá quiso comprarme. Me prometía mucho. ¡Demasiado me prometía si peleábamos contra los paraguayos! Y yo le dije: "mire, don Mitre, yo estoy del otro lado. Todavía resuenan en mis oídos los cañones de Paysandú la Heroica". El hombre entendió perfectamente y no insistió más. Sólo me miró con ese chispazo diabólico que tienen en los ojos. Así es Bartolomé Mitre, el asesino y perro fiel de don Domingo Faustino Sarmiento. ¡Don Bartolo, carajo! Se dice argentino, pero no tiene un palmo de dignidad.

-Por lo menos tiene coraje. Dirigió la guerra. Los orientales no podemos decir eso de Venancio Flores; siempre se refugió tras los cañones del imperio de los cambá. Cuando Mitre se entrevistó con Francisco Solano, en los días de Humaitá, para ver si alguna paz era posible todavía, Flores tuvo la osadía de acompañar a Mitre, pero el Mariscal Paraguayo no miró siquiera al tirano oriental. Lo dejó al asesino de Paysandú con la mano tendida y le advirtió al Jefe de la Triple Alianza: "vine a hablar con usted, no con sus lacayos". Venancio Flores se alejó con la cara roja de vergüenza. Desde entonces en Corrientes le llaman General Hova Pytá.

-No hay recuerdo de Flores que no esté asociado a la bajeza. Cuando la batalla de Pavón, Mitre no hubiera exterminado a los heridos. Fue el oriental Venancio Flores que degolló a los rezagados en Cañada de Gómez.

-Quizás no le quede mucha vida. Si fuera por mí...

-No hables así, Laureano. Conozco los planes en los que estás, pero sos muy joven. Una cosa es el entrevero con lanzas, otra cosa moverte en Montevideo. Es meterte en la boca del lobo. Aunque reconozco que en tus sueños todo sale bien... y tus sueños siempre se han cumplido.

-¿Vos me lo decís? Para decidir la suerte de Urquiza no te tembló el pulso. Además, lo que veo y anuncio... no son sueños. El fuego me cuenta cosas. Las de antes, con seguridad; las que vendrán después, como cosas posibles pero no seguras.

-Das miedo, muchacho. La última moza que se enamoró de vos quedó muy asustada después de aquel viernes que rondó tu rancho. ¿Qué pasó? No era gurisa de asustarse por ver un hombre en cueros...

-No debía hacer eso. Le dije que no se acercara ese día.

-Sos un misterio, Laureano. ¿Qué te contó el fuego sobre esta Patria Gaucha que queremos defender? ¿Cuál será su destino?

-El destino de la Patria Gaucha es el destino mestizo del Continente. Felipe Varela volverá a galopar desde su muerte, del otro lado de la inmensa Cordillera, en las salinas de Copiapó. Vos vas a morir antes que termine el siglo, por la mano anónima de la traición unitaria; es inevitable. En el alba del nuevo siglo se alzarán una vez más las tacuaras nuestras; aquí y en la Banda Oriental. Después se harán matreras. Después...

-¿Después?

-No sé. Habrá un nuevo siglo, ¡otro más! y hasta él llegarán los ecos de nuestras cargas. Lo veo y lo escucho. Lo sé. Nuestras voces todavía resonarán en muchas almas. Estaré, estoy ahí. Pero el eco es distinto, porque es otro el paisaje. Un frío de muerte invade la pampa y el litoral; sufre terriblemente nuestro gran Paraná, con sus aguas enfermas. Y el sol achicharra sin piedad. Hay amenaza de muerte, de muerte de todo. Y aún así seguirá obstinada la búsqueda de la Tierra Sin Mal, de aquella yvymarane'y porâ que Artigas y Andresito creyeron tocar con sus manos en Purificación. La Huella de la Pata del Ñandú Guasú seguirá allí, en el firmamento; y eso es lo más importante. Sin embargo...

-¿Qué?

-El cielo es más tenue en los tiempos que vienen. Se ve con menos luminosidad. Luces falsas lo alejan, lo apartan. Nada será fácil. Las mismas luces falsas ahuyentan la memoria. El camino seguirá largo.

-Ha vaí. Tapé vaí. Sí, ya me lo habían dicho. Parece que hierve el agua. Voy a preparar el mate.

-La tierra, sin embargo, resistirá. Como ayer, como hoy. ¡Cuántos gauchos se hicieron matreros para no ser reclutados por el General Roca, para no matar a los hermanos indios en la infame campaña del desierto...! Nada es en vano. La cabeza del Chacho Peñaloza, balanceando en una lanza del ejército, regó con demasiada sangre el suelo provinciano de La Rioja. Nada será una muerte final. Serás inmortal, López Jordán. ¿Lo sabías? Revivirás en las guitarras como Sebastián Romero.

<------ La Leyenda de Soledad Cruz

    de Gonzalo Abella (*)

CAP. X

(*) Maestro e investigador de las raíces multiculturales de nuestra región, ha sido docente en seis países latinoamericanos. Ha escrito numerosos trabajos sobre temas educativos, sociales, históricos y novelas.
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Guillermo Font - ELECTRICISTA

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