Serie: Convivencias ( XVIII)

Frente a las ideas de pobreza y exclusión
Marginalidad

La noción de underclass en el mundo anglosajón y la de exclusion en el francofónico han sido frecuentemente utilizadas para conceptualizar a los sectores más pobres de la sociedad. Latinoamérica en cambio hizo su aporte a las ciencias sociales forjando, hacia los años 60, la noción de marginalidad. Actualmente, el uso laxo de las tres nociones ha sufrido fuertes críticas en sus respectivos medios académicos; pero sin embargo su revisión muestra que las direcciones y puntos de vista avanzados en la época están lejos de agotarse.

Para el caso latinoaméricano, la noción de marginalidad (1) ha caído prácticamente en desuso, pasándose a utilizar en su lugar el concepto de pobreza. Sin embargo el pasaje de una teorización a otra no parece seguir el camino de una evolución conceptual, donde las enseñanzas de una época abonen el desarrollo de la siguiente.

No pretendemos aquí hacer un balance completo de la prolífera producción en torno a estos conceptos, solamente intentamos una presentación del concepto de la marginalidad, señalando algunos de los puntos fuertes y críticas que han recibido. Finalmente resumimos brevemente la reciente propuesta de uso del concepto hecha por el sociólogo francés Robert Castel, contrastando sus aportes con los usos de las nociones de pobreza y exclusión.

La noción de marginalidad en su versión latinoamericana.

Hacia mediados de siglo, las ciencias sociales vinieron a constatar que un tipo de barrio -llamados "cantegriles" en el caso uruguayo, pero "poblaciones", "callampas", "villas" o "favelas" en el resto de América Latina-, se consolidaban como un fenómeno social característico del subcontinente. Los procesos de urbanización crecientes a partir de la posguerra y la aparición de barrios considerados periféricos o marginales, conjuntamente a lo que en la época se consideraban "altas tasas de desocupación estructural", otorgaron los motivos para el desarrollo de una de las principales preocupaciones de la sociología latinoamericana de la época. A partir de los años 50, y fundamentalmente a partir de los informes de la CEPAL, el discurso sociológico comenzó a considerar la noción de marginalidad en un intento por explicar estos "enclaves de la pobreza" que se consolidaban como tales en lugar de desaparecer.

La reflexión sociológica de la época señalaba la fractura entre los trabajadores mejor integrados al mercado de trabajo y alcanzados en mayor medida por las protecciones del Estado de bienestar, y los "marginales", cuya expresión más evidente eran las villas.La noción tuvo origen en la comparación de la situación latinoamericana respecto de la de las naciones desarrolladas, en la presunción de que en el marco del subdesarrollo o la dependencia se presentaba un "dualismo social" al cual todos convenían en caracterizar por la presencia de "sectores marginales". Una presentación resumida puede hacerse considerando que polarmente se presentaron dos paradigmas(2): el primero,de inspiración culturalista, se interesa en la caracterización de los patrones culturales que pueden dar cuenta de los comportamientos llamados marginales; la segunda, de inspiración marxista, explicaba a la marginalidad como un fenómeno estructural típico del capitalismo dependiente.

Uno de los precursores del tema y representante del primer paradigma surgido hacia los años 50, fue Gino Germani; para quien "puede definirse como marginalidad la falta de participación de individuos y grupos en aquellas esferas en las que de acuerdo con determinados criterios (normativos) les correspondería participar" (3). Este enfoque, que podemos llamar culturalista estaba guiado por una imágen "desarrollista" de la sociedad, y consideraba que los cambios acelerados dados en América Latina determinaban la coexistencia de un sector social tradicional y uno moderno. La sociedad era definida por una "asincronía generalizada" entre dinámicas y grupos centrales y dinámicas y grupos marginales.

Culminada la etapa de transición los individuos irían abandonando las prácticas tradicionales e incorporándose al mundo moderno, integrándose al sistema de valores y las instituciones políticas (4). Esta perspectiva aparece también con claridad en Margulis; para quien la migración del campo a la ciudad implica cambios que otorgan "problemas de adaptación al nuevo medio, cuya intensidad depende de la distancia cultural que separa la sociedad de origen de la sociedad de destino"(5). La marginalidad era así pensada como un fenómeno transitorio que tendería a desaparecer en tanto la población se asimilara a la ciudad, internalizando los valores propios de la urbanidad, en la medida en que fuera siendo alcanzada por los procesos del desarrollo.

Este enfoque se inspiraba en los trabajos de la Escuela de Chicago, cuyas investigaciones de los años 20 y 30 sobre los barrios pobres de las ciudades norteaméricanas -generalmente definidos por sus características étnicas-, ponían énfasis en los rasgos psicosociales y culturales de sus habitantes. Sin duda, entre los trabajos más importantes de la época herederos de esa Escuela y emparentados con la noción de marginalidad, también se encuentran los aportes que Oscar Lewis hizo a partir de sus observaciones de las clases populares mexicanas y puertorriqueñas. Allí se establecía una pintura típica de la familia pobre latinoamericana a partir de la noción de "cultura de la pobreza" : alcoholismo, iniciación precoz a la vida sexual, castigo corporal a los niños, tendencia a organizar la vida en torno al presente, sentimiento de resignación fatalista, dificultad de proyectar hacia el mañana(6). El esfuerzo no consistía en explicar la pobreza por la cultura, sino que ésta era considerada como uno de los factores que permitían comprender la lógica de los comportamientos en los medios populares.

El otro paradigma -representado, entre otros, por el grupo de la Revista Latinoamericana de Sociología- encontró uno de sus exponentes más influyentes en José Nun. Para este modelo, la centralidad explicativa se encontraba en las relaciones de producción. Nun presenta una fórmula según la cual "es a partir de la idea de un ejército de reserva 'excesivo' como función de un mercado de trabajo dependiente que nos parece posible fundar el concepto de marginalidad a nivel de las relaciones económicas. (Se trataría de) un conjunto llamado masa de trabajadores marginales que incluiría un subconjunto denominado ejército de reserva"(7). En contraste con el ejército industrial de reserva de Marx, la masa marginal no es funcional al sistema ya que se encuentra totalmente "fragmentada" de la sociedad(8). Desde este punto de vista, la marginalidad era explicada como una consecuencia de las condiciones económicas estructurales de la sociedad y no un fenómeno coyuntural o tendiente a desaparecer. Esta visión sugida hacia fines de los años 60 era presentada como una crítica a la perspectiva desarrollista y era la consecuencia de la constatación de que la población villera, lejos de integrarse a la "modernidad urbana" se consolidaba como una porción supernumeraria escindida del todo social.

En la explicación del fenómeno, que privilegiaba los aspectos estructurales, se desdeñaban todas las dimensiones de tipo ecológico. Por otra parte, por esa vía, el modelo intentaba dar cuenta también del bajo nivel de "conciencia de clase" que este sector marginal debería tener como parte de la clase obrera. Este punto de vista puede ser criticado, entre otros aspectos, por la subestimación de las diversas actividades económicas que las poblaciones llamadas marginales producen en algunas regiones de América Latina, y por la importancia que éstas pueden tener en relación al contexto capitalista en que se encuentran. Por otra parte, desde el punto de vista empírico, la categoría unifica situaciones tan diferentes que se ha intentado intruducir una diferenciación entre "pequeña burguesía marginal" (comerciantes y artesanos) y "proletariado marginal" (trabajadores no calificados) (9). Otra de las observaciones que puede hacerse es que el modelo de capitalismo al cual hace referencia este enfoque (con un proletariado industrial fuerte, con seguridad de empleo y protecciones sociales), ha tenido una presencia mucho más débil en el caso de la realidad latinoamericana que en el de los países centrales de los cuales era tomado.

Un punto de acuerdo de las investigaciones y eje articulador del debate en la época, es que el concepto de marginalidad designaba a los sectores más pobres de la sociedad, marcados por la exclusión de distintas áreas -empleo, consumos, educación, hábitat, etc-. El fenómeno era consecuencia de la crisis de las economías rurales, que produjo un proceso migratorio masivo del campo a la ciudad, dando orígen a ese tipo de barrio que sirvió de imagen evidente a la marginalidad. Y probablemente parte de la fuerza del concepto provino de la visibilidad del fenómeno que se expresaba de dos formas: el desarrollo de barrios periféricos con baja calidad de servicios, y la invasión del centro de las ciudades por las "villas", "favelas" o "cantegriles". Por otra parte, como señala Fassin, la diversidad contenida en el enfoque de la marginalidad permite ver, por una parte, que sus aportes no eran mecesariamente contradictorios. Y por otra, que el discurso sobre la marginalidad no se contentaba con describir la pobreza urbana: sino que participaba en su denunciación. Tanto en la visión marxista como en la culturalista, "la marginalidad es el signo de un fracaso del proyecto modernista" (10).

Las nociones de pobreza y exclusión frente a la nueva propuesta de la marginalidad.

Pese al profuso desarrollo que la polémica alcanzó durante las décadas de los 60 y de los 70, pronto se abandonó prácticamente la utilización del término. La consideración de la problemática comenzó a realizarse de acuerdo a nuevos conceptos como los de pobreza en los 80 y de exclusión hacia los años 90, realizando un breve pasaje por el de informalidad (11).

Hacia fines de los 70 la noción de marginalidad fue seguida por el uso del concepto de "informalidad". La idea de un sector informal de la economía se basaba, como la marginalidad, en la ausencia de articulación con la economía oficial, y agrupaba a quienes antes se calificaba de marginales: trabajadores por cuenta propia, pequeños comerciantes, empleados domésticos, etc. Se esperaba que la oposición de la economía informal a la economía oficial se comportara como una transición que integraría la primera al mercado (12). De algún modo puede decirse que el punto de vista se invertía desde el miserabilismo con el que los teóricos de la marginalidad habían visto al sector, hacia un populismo que confiaba excesivamente en la capacidad creadora del sector popular, como una alternativa al capitalismo de mercado. Sin embargo la dureza de las políticas de ajuste desarmó rápidamente esta esperanza: actualmente la economía informal se parece más a un estado en la supervivencia que a una etapa hacia la integración.

La noción de pobreza (13) de los años 80 ya no se refiere a los fenómenos asociados al proceso de migración campo-ciudad o a la especificidad que le daría al caso latinoamericano la coexistencia de los sectores formal e informal. La pauperización pasó a considerarse como la resultante de la aplicación de las políticas neoliberales y las transformaciones del antiguo aparato productivo. Para el caso argentino, por ejemplo, los avances realizados en los estudios sobre el tema a partir del censo de población y vivienda de 1980 (INDEC), han brindado sin duda una precisión estadística sin precedentes (14). Nociones como las de Necesidades Básicas Insatisfechas o Línea de Pobreza permiten acceder a un tipo de información extremadamente útil para caracterizar la crisis del Estado de bienestar o el retroceso de los más postergados en la participación del ingreso. También permiten captar con precisión la dimensión procesal de la pauperización, y brindan una base estadística sobre la cual fundar los estudios sobre el tema. Probablemente la mayor fuerza de los trabajos sobre la pobreza sea la de describir detalladamente la situación económica que condiciona la producción de los actores. Sin embargo, a diferencia de lo que ocurría con la noción de marginalidad, esta noción nos deja fuera de un marco histórico relacional y no alcanza a aprehender las dimensiones culturales del problema.

La idea de pobreza nos dice poco respecto a cuáles son los cambios en las relaciones sociales que producen la pauperización; simplemente porque la pobreza es el enunciado de un estado de hecho que deja sin juzgar los mecanismos que la producen (15). En efecto, en esta perspectiva se reconoce que las "causas de la pobreza" siempre están "más allá" del fenómeno en sí mismo, en otro lugar. Sin embargo, los estudios sobre pobreza poco alcanzan a decir sobre la relación precisa del fenómeno con ese otro lugar (las transformaciones en el aparato productivo o en la estructura del empleo, por ejemplo), dejándonos siempre en el terreno de la cuantificación de los pobres. Por otra parte, la pobreza como fenómeno carece de historicidad, utilizándose en forma indiscriminada para calificar a situación económica de una parte de la población en distintos períodos históricos. Así el término pierde precisión y se vuelve vago(16). Finalmente, los estudios sobre pobreza no han alcanzado a elaborar un enfoque culturalista en el nuevo contexto de fin de siglo(17). En efecto, es muy dificil vincular estudios monográficos sobre las producciones culturales de los pobres con una visión contextual que sólo nos dice dónde se encuentra su nivel de ingresos o a qué servicios urbanos se accede. En cambio, esas mismas monografias adquieren especial relevancia si se interpretan las producciones culturales de los actores como una forma de vivir y de participar en la producción de una coyuntura relacional.

En este sentido, las contribuciones que la sociología francesa, de la mano de Robert Castel han hecho sobre el tema de la cuestión social, adquieren gran importancia. Nos detendremos un momento en este autor que es frecuentemente citado en varios países de América Latina y que recientemente ha propuesto una recuperación de la noción de marginalidad, ciertamente de una manera novedosa (18). En primer lugar, el trabajo de Castel de 1995 en el que observa la cuestión social sugiere un camino importante aún inexplorado para el caso latinoamericano. A lo largo de sus casi 500 páginas, en "Les métamorphoses de la question sociale" se nos muestran las transformaciones sufridas por el tema que condujeron en Francia a la dificil construcción de la relación salarial y a su crisis actual. El balance histórico de la cuestión permite ver con precisión dónde estamos, a partir de comparar la situación actual con el camino histórico que se ha transitado; lo que incluye evaluar las representaciones construidas en torno al tema y los conflictos producidos en el proceso histórico de construcción de una relación social(19).

A tal propósito Castel se sirve de una propuesta teórica propia que abre una perspectiva interesante frente a la simpleza de los razonamientos del tipo integración/exclusión, pobres/no-pobres, nueva/vieja pobreza. Para este autor la pobreza es un estado al que se llega como consecuencia de un proceso conflictivo y complejo que se sitúa en el plano de la integración social. Éste es el rasgo característico de la situación actual, y puede ser pensado a partir de un esquema que Castel propone para pensar la cuestión social. El esquema se construye a partir del trazado de dos ejes con los que puede pensarse la integración de los individuos y a la vez sus problemas de desafiliación.

El primer eje es el de la integración social y comprende básicamente todos los elementos ligados a la integración por el empleo. El segundo eje es el de la inserción relacional y comprende todos los procesos vinculados a la sociabilidad primaria, los vínculos familiares, de vecinazgo, etc. De la intersección de estos dos ejes surgen tres zonas de mayor a menor fragilidad social: zona de integración, de vulnerabilidad y de desafiliación; de forma que se encuentran en esta última zona quienes carecen de integración laboral y de soportes de proximidad (20). "Existe, en efecto, una correlación fuerte entre el lugar ocupado en la división social del trabajo y la participación en las redes de sociabilidad y en los sistemas de protección que ‘cubren’ al individuo frente a los aleas de la existencia. De allí la posibilidad de lo que llamaré metafóricamente las zonas de cohesión social. Así, la asociación trabajo estable-inserción relacional sólida caracteriza una ‘zona’ de integración. A la inversa, la ausencia de toda participación en una actividad productiva y el aislamiento relacional conjugan sus efectos negativos para producir la exclusión, o mejor, (...) la desafiliación. La vulnerabilidad social es una zona intermedia, inestable que conjuga la precariedad del trabajo y la fragilidad de los soportes de proximidad" (21).

El esquema permite pensar situaciones múltiples y complejas, y sobre todo las zonas de turbulencia donde los individuos corren el riesgo de ver fragilizados sus soportes sociales. Lo que abre la puerta a la idea de un proceso, en el que la integración y la inserción no aparecen como estados fijos. Así se pueden ver los procesos de desafiliación, cuya cara más visible es el desempleo, pero que también se alimentan de las otras formas de precariedad y fragilización de la relación laboral -que son múltiples y deben ser estudiadas en cada caso-. Lo mismo ocurre con las redes de protección de proximidad, donde las situaciones pueden variar muchísimo en función de los patrones culturales, las capacidades de organizar una acción colectiva y la relación con el medio urbano. Lo que nos ayuda muchísimo a la hora de pensar las diferencias entre barrios marginales (como villas o cantegriles), asentamientos y otros barrios populares en el caso latinoamericano. Allí, la débil integración al mercado de trabajo muchas veces es suplida por la construcción de redes barriales que funcionan como un atenuante de sus consecuencias. Evidentemente el tipo de protecciones sociales que pueden construirse a partir de la solidaridad y la acción colectiva en un medio como un asentamiento, no pueden constituir nunca un caso de integración plena: la solidaridad barrial no alcanza nunca a construir un lazo social que vincule a los individuos con la sociedad global. Por el contrario, puede tender al aislamiento o a la guetización.

Lo que nos interesa destacar es que, precisamente, la existencia de esas zonas de vulnerabilidad compartidas por amplias capas populares es lo que brinda el terreno fértil de la marginalidad (en la versión de Castel). La diferencia importante entre esta propuesta y las otras nociones de pobreza, exclusión y marginalidad, es que se inscribe en una conceptualización de la integración social.

En efecto, uno de los problemas que se ha atribuido al viejo enfoque latinoamericano de la marginalidad ha sido el de pensar a estas categorías sociales como localizadas por fuera de la institucionalidad social (el término aludía a un sector social que se encontraría al margen del progreso, el bienestar e incluso la sociedad). Así, las estimaciones del desarrollo de una cultura autónoma, conducían frecuentemente al riesgo de imaginar a la sociedad como compuesta por sectores totalmente desarticulados entre sí, que se producirían y reproducirían en virtud de caracteres propios. Es por ello que Castel señala que una teoría de la marginalidad requiere de una teoría explícita o implícita de la integración social, según la cual, en pocas palabras: "están ‘integrados’ los individuos y grupos inscritos en las redes de producción de la riqueza y el reconocimiento sociales. Estarían ‘excluidos’ aquellos que no participasen de ninguna manera en esos intercambios reglados. Pero entre esos dos tipos de situaciones existe una gama de posiciones intermedias más o menos estables.

Caracterizar la marginalidad implica situarla en el seno de este espacio social, alejado del hogar de los valores dominantes, pero sin embargo ligada a ellos, dado que el marginal porta el signo invertido de la norma que no realiza" (22). La distinción se vuelve clave en momentos en que el uso de la noción de exclusión se ha vuelto indiscriminado y el de pobreza carece de un marco teórico relacional. De tal forma que Castel reserva el término de exclusión para aquellas situaciones provocadas por la resolución de una instancia oficial, apoyándose sobre reglamentos y movilizando cuerpos instituidos. Así la exclusión ha adquirido formas muy diversas a lo largo de la historia, como la erradicación total por la muerte, la expulsión de la comunidad o el encierro, marcas en el cuerpo y atribución de un estatus especial que impide ejercer ciertas funciones sociales. La exclusión puede ser temporaria o definitiva, "pero supone una separación que se apoya sobre reglamentos y se cumple a través de rituales(...) La marginalidad no es la exclusión, aún cuando los marginales pueden llegar a convertirse en excluidos, y que excluidos o ex excluidos se encuentren en el seno de las poblaciones marginales" (23). Marginalidad es "el nombre que se le puede dar a las formas más frágiles de la vulnerabilidad popular". La observación es importante ya que la idea del excluido remite a un estado donde no hay proceso, perdiéndose la posibilidad de pensar los procesos que se recorren hasta llegar allí. En ese transcurso, que se sitúa en las zonas de vulnerabilidad social, es necesario actuar sobre los procesos de precarización social que vuelven inestable la integración de los más débiles (por ejemplo las políticas que vuelven precaria la relación laboral).

Así Castel afirma que "quien no está fijado a su tarea generalmente circula, se desplaza, erra en busca de una oportunidad. O se fija de una manera más o menos provisoria a los espacios urbanos más degradados". La condición del marginal "difiere de aquella del pobre que vive en el lugar, en su lugar, la mediocridad de su estado. Marginalidad no es pobreza. En la mayor parte de los casos, el pobre está integrado, su existencia no plantea problemas, él es parte del orden del mundo. En cambio el marginal es un extraño extranjero" (24). En este sentido, una de las características principales que caracterizan la producción de la marginalidades que ella estigmatiza a las capas más vulnerables de la población que no pueden encontrar un lugar de reconocimiento en la organización social.

Lo que caracteriza a un marginal es una forma particular de vincularse a la sociedad, cuya clave se encuentra en la forma que adquiere el conjunto de las relaciones sociales en que participa. De tal forma que la marginalidad se caracteriza por un doble proceso: por un lado, la actualización de la inestabilidad a través del desempleo masivo y la precarización de las condiciones de trabajo de grupos que habían estado más o menos integrados. Por otro, la dificultad creciente de participar en las formas más estables del trabajo y poder beneficiarse de las formas de socialización asociadas a él. "Un poco de solidaridad familiar, un poco de ayuda social, un poco de trabajo precario o en negro, y a veces un poco de tráfico o de delincuencia" (25), constituyen necesidades de sobrevivencia.

Castel ha ilustrado metafóricamente la marginalidad en la figura del Lazarillo de Tormes, héroe de la primera novela de la picaresca española. Como se sabe, el Lazarillo es un joven de baja extracción que se ve obligado a dejar su familia disociada y sin recursos. Así vaga de pueblo en pueblo en la España de Carlos V en búsqueda de un empleo e inventa cada día un ardid para vencer el hambre. "El drama del Lazarillo es que no hay lugar para el perfil sociológico que él encarna en el país que él habita (...) Entonces él juega en los márgenes, porque el margen es el único espacio donde puede desplegar sus talentos". Sin cometer delitos graves y sin hacerse condenar, el Lazarillo aprende a utilizar toda su inteligencia en la búsqueda del instersticio que le permita vivir. Finalmente termina por integrarse, demostrando que la marginalidad no es irreversible; aunque por supuesto se integra en el lugar que le ofrece esa sociedad: se convierte en criado de un arcipreste y se casa con su antigua sirvienta que es siempre su amante. Más allá de las distancias históricas, sobre las que el propio Castel advierte, el ejemplo del Lazarillo representa la figura histórica de quien habita en los márgenes y cuya acción se caracteriza por el manejo de los instersticios que aparecen en la vida institucional de la época.

El viejo concepto de marginalidad acuñado por los teóricos latinoaméricanos tenía la virtud de llamar la atención sobre las raíces "estructurales" de la cuestión. El problema surge cuando se absolutiza la idea de marginalidad como opuesta a la idea de integración, pensando cualquier situación de pobreza como si fuera un caso de exclusión. Pero, así como respecto a la totalidad urbana podemos considerar a un barrio como marginal sin que se encuentre fuera de la ciudad, podemos pensar un sector social que se inserta marginalmente a partir de la precariedad de su integración y de su inserción sin que, por supuesto, esté por fuera de la sociedad. Donde su situación específica consiste en aprender a vivir en los márgenes, aprovechando las posibilidades que el medio le ofrece para insertarse en redes que le impidan resbalar hacia la exclusión.

Referencias

1) Para un balance del uso de la noción de underclass Cf. Loïc WACQUANT: "L’underclass urbaine dans l’imaginaire social et scientifique américain" in Serge PAUGAM: L’exclusion, l’état des savoirs, Paris, La découverte, 1996.
2) Un interesante análisis de la literatura de la época puede encontrarse en Ernesto TIRONI: "Autoritarismo, modernización y marginalidad", 1991.
3) Gino GERMANI: "El concepto de marginalidad" Bs As. Ed.Nueva Visión 1980. pp. 66.
4) Gino GERMANI: "Política y sociedad en una época de transición". Bs.As. Paidos. 1962. Gino GERMANI: "Inquiri into de social effects of urbanization in a working-class sector of greater Buenos Aires" in G. GERMANI: Urbanization in Latin America. New York, Columbia University Press, 1961
5) Mario MARGULIS: "Migración y marginalidad en la sociedad argentina". Bs. As., Paidós, 1968. Pág. 177
6) Oscar LEWIS: "Les enfants de Sanchez. Autobiographie d’une familie mexicaine", Paris, Gallimard, 1963. Del mismo autor: "Antropología de la pobreza. Cinco familias", México, FCE, 1961.
7) José NUN, Miguel MURMIS y Juan Carlos MARIN: "La marginalidad en América Latina" B. As. Inst. Torcuato Di Tella. 1968. Páginas 28-29.
8) José NUN: "Sobre población relativa, ejército industrial de reserva y masa marginal". Buenos Aires, Revista Latinoamericana de Sociología Nro.2 1969.
9) Aníbal QUIJANO: "Polo marginal de la economía y mano de obra marginada", Lima, Universidad Católica, 1971.
10) Didier FASSIN: "Marginalidad et marginados. La construction de la pauvreté urbaine en Amérique Latine", in Serge PAUGAM: L’exclusion, l’état des savoirs, Paris, La Découverte, 1996. p. 268
11) Cf. Alberto MINUJIN: "Desigualdad y exclusión", Buenos Aires, UNICEF/Losada, 1993.
12) H. de Soto: "El otro sendero. La revolución informal", Lima, Ed. Oveja Negra, 1986.
13) Horacio GONZALEZ presenta una interesante reflexión sobre el concepto de pobreza en "El sujeto de la pobreza: un problema de la teoría social" en A. MINUJIN (comp.): "Cuesta abajo. Los nuevos pobres: efectos de la crisis en la sociedad argentina", Bs. As., UNICEF/Losada, 1992.
14) Cf. los diversos trabajos sobre el tema, entre los cuales el "Mapa de la pobreza en la Argentina", INDEC; o A. MINUJIN y P. VINOCOUR: "¿Quienes son los pobres?, Bs. As., Dto. De Trabajo del INDEC Nro. 10, 1989.
15) FASSIN, op. cit. p. 264.
16) El término ha tenido un uso preciso fundamentalmente en la descripción del "pauperismo" característico de la clase obrera en los comienzos de la industrialización.
17) En una perspectiva completamente distinta y más cercana a la Escuela de Chicago se sitúan los trabajos de Oscar LEWIS. Cf. supra, nota 6.
18) Robert CASTEL: "Les marginaux dans l’histoire" in Serge PAUGAM: L’exclusion, l’état des savoirs, Paris, La Découverte, 1996.
19) Robert CASTEL: "Les métamorphoses de la question sociale. Une chronique du salariat", Paris, Fayard, 1995.
20) Robert CASTEL: "De l’indigence à l’exclusion, la désaffiliation. Précarité du travail et vulnérabilité relationnelle" in Jacques DONZELOT: Face à l’exclusion. Le modèle français. Paris, Esprit, 1991.
21) R. CASTEL: "Les métamorphoses..." p.13.
22) R. CASTEL: "Les marginaux..." p. 32.
23) Ibidem, p. 36.
24) Ibidem, p. 34.
25) Ibidem, p. 39.

 

Convivencias

Artículos publicados en esta serie:

(I) La democracia como proyecto (Susana Mallo, Nº 126 )
(II) Nuevas fronteras -lo público y lo privado (Gustavo De Armas Nº 127)
(III) Refeudalización de la polis (Gustavo De Armas, Nº 130)
(IV) América Latina: entre estabilidad y democracia (H.C.F. Mansilla,132)
(V) El defensor del Pueblo (Jaime Greif, Nº 133)
(VI) Crimen, violencia, inseguridad (Luis Eduardo Moras, Nº 137)
(VII) ¿"Fin" de la Historia? (Emir Sader ,Nº 139)
(VIII) Democracia y representación (Alfredo D. Vallota? Nº 140/41)
(IX) Discusión, Consenso y Tolerancia Habermas y Rawls (Jaime Rubio Angulo Nº 140/41)
(X) Irrupción ciudadana y Estado tapón (Alain Santandreu - Eduardo Gudynas Nº 142)
(XI) Moral y política (Hebert Gatto, Nº 146)
(XII) Un señor llamado Gramsci (Carlos Coutinho, Nº 148)
(XIII) La reforma constitucional (Heber Gatto, Nº 151)
(XIV) Un poder central (Christian Ferrer, Nº 158)
(XV) Antipolítica y neopopulismo en América Latina (René Antonio Mayorga, Nº 161)
(XVI) La inversión neoliberal. Marx, Weber y la ética en tiempos de cólera (Rolando Lazarte, Nº 164/65)
(XVII) Nazismo, bolcheviquismo y ética. (Hebert Gatto, Nº 166)

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