Serie: Freudiana (XXXVIII)

La contratransferencia y los paradigmas del siglo XX

Sostiene Morin que todo individuo "es producto y productor en el ciclo rotativo de la vida", es decir, que forma parte del universo y a su vez lo conforma. La contratransferencia puede ser considerada como uno de los tantos conceptos, a través de cuyo contenido e historia se puede detectar una singular manera del hombre de auto-organizarse y responder al mundo en el que vive.

La particular manera de ser del hombre en el mundo ha variado en las distintas épocas. Diferentes cosmovisiones se expresaron en su idea acerca del conocimiento, por ejemplo, así como de su imagen acerca de sí mismo, del otro y de las cosas, e hicieron a sus vínculos intra e intersubjetivos.

En lo que sigue, me habré de remitir al concepto de Morin (10) de sujeto, como "una auto-eco-organización dependiente", autónomo en la organización de su respuesta al ecosistema del cual depende.

La contratransferencia o la transferencia del analista

Si llamamos contratransferencia al bagaje subjetivo especialmente inconciente con que el terapeuta se interrelaciona con su asociado, podemos recorrer los cambios en el pensamiento del hombre y su posicionamiento en el mundo, revisando las modificaciones que el concepto mismo de contratransferencia sufrió a lo largo del tiempo en el psicoanálisis. También podemos intentar develar la particular subjetividad de los psicoanalistas, ínsita en sus ideas acerca de qué es y para qué se usa la contratransferencia. Es decir, la contratransferencia subyacente a sus ideas acerca de la contratransferencia. Trataré de seguir los dos caminos.

Las distintas teorías psicoanalíticas suponen posiciones contratrasferenciales diferentes, de características bastante definidas cada una de ellas. Esto es lo que hace decir de Winnicott que es "bondadoso", de Melanie Klein "culpígena" y de Lacan que "cultiva la desesperación", tomando palabras de Green(8). Más de un analista ha realizado ya los retratos del "paciente de Winnicott", el "paciente de Klein", el "paciente de Lacan", etc.

En este sentido sería más adecuado hablar de la transferencia del analista hacia el paciente, porque a partir de esta posición subjetiva lo recibe, es previo al encuentro concreto con él, y a ella el paciente responderá de alguna manera. A esta respuesta del paciente, entonces, habría que llamarla contratransferencia. La transferencia del analista tendría que ver con el lugar que dentro de sí tiene signado el paciente, según la ideología con la que esté enrolado y por supuesto en íntima relación con sus particulares soluciones neuróticas. Desde esta perspectiva quedan invertidos los términos según su uso tradicional.

Desde otro punto de vista, Racker habla de cómo la neurosis del analista, o neurosis contratransferencial, determina la transferencia. Dice textualmente: "la transferencia es, en este aspecto, una creación inconciente del analista" (13) (págs. 206, 207). Me parece sin embargo que vale la pena aclarar que en esas circunstancias (Racker se dedica especialmente a los efectos del masoquismo, el sentimiento de culpa o la manía del analista) la reacción del paciente ya no debiera llamarse transferencia, ya que por ella se entiende la proyección sobre el analista y el vínculo con él, de situaciones inconcientes no resueltas del analizando. No se trataría de proyecciones sino de la respuesta a una adecuada percepción de la realidad. Por supuesto que como pasa a veces, a una realidad bastante bien percibida se puede responder con los mecanismos más neuróticos; pero esa situación tampoco podría el analista ayudar a su paciente a hacerla conciente y modificarla, ya que él mismo desconoce su participación en ella.

En las épocas de Racker, al supervisor se le llamaba "analista de control" del terapeuta. Y en la práctica era de alguna manera su segundo analista, ya que analizaba con él su contratransferencia inconciente, considerada producto de la identificación del analista con los objetos internos del analizando o con su ello, yo y super-yo. Pero lo que Racker no hizo (referir toda contratransferencia a las proyecciones de la transferencia) lo hizo la vulgarización de sus teorías. Creo que ese movimiento de extremización y simplificación o remodelamiento del pensamiento de los grandes creadores, en sus seguidores, responde de manera inconciente a las necesidades del espíritu de la época en su ida y vuelta con la historia que le toca vivir, con su manera de acomodarse al mundo y al mismo tiempo influir sobre él.(10) (El crecimiento del fanatismo en nuestra era es vía princeps para su comprensión).

Lo que intentaré hacer es ver no sólo el condicionamiento de la transferencia a partir de la neurosis contratransferencial sino de circunstancias que no pertenecen enteramente a la neurosis personal del analista, pero constituyen también su subjetividad en el encuentro con su partenaire analítico.

EL DOGMA CIERRA

Es cierto que todo analista se mueve a partir de un conjunto de universales que constituyen sus creencias psicoanalíticas básicas, y que siguiendo a Piera Aulagnier podemos describir: "(el analista) cree en la presencia y en las consecuencias, en todo sujeto, de un mismo conjunto de experiencias: el encuentro con ese objeto primordial que es el pecho; su pérdida; el reconocimiento de un padre que es quien tiene el exclusivo derecho de goce sobre la madre; la confrontación con exigencias culturales y una ley que en todos los casos prohibirá el incesto y ciertas satisfacciones pulsionales; el descubrimiento de que el cuerpo es mortal, de que no se puede ser hombre y mujer, de que no basta desear para tener, ni aún para vivir o morir"(1) (pág. 21).

Pero a partir de esta mínima y potente base de apertura para el encuentro, (que implica también una postura ética y un ideal de salud, es decir una particular contratransferencia no compartida por todos los analistas por igual, según el grado de salud alcanzado por cada uno), las condiciones del encuadre y las particularidades de la interrelación (características reales de paciente y analista y personal postura teórico-clínica subyacente) se prestarán mejor o peor para que se logre una disminución suficiente del sufrimiento de quien demanda análisis.

Es de observar que cuando las ideologías psicoanalíticas se convierten en dogmas, poco dejan para la receptividad del analista a la subjetividad del paciente, y mucho para que éste se encaje en un juego ya armado. Y en esto resulta muchas veces decisivo el cuán menesteroso y desvalido, narcisísticamente hablando, se halla aquel que busca análisis en el momento en que se presenta, y cuánta voluntad de dominio (tal vez también por desvalimiento narcisista) anima al analista que se dispone a satisfacer la demanda. Cabe destacar que los dogmas, el fanatismo y la voluntad de poder en las escuelas psicoanalíticas, corren parejo con el incremento del sentimiento de indefensión y las lesiones en los apuntalamientos narcisistas que este siglo originó, junto a la dificultad por renunciar a soluciones omnipotentes.

De todas formas la responsabilidad va por cuenta de quien se supone poseedor de un mayor grado de salud mental.

Hoy sabemos que hay muchas razones por las que un analizando puede permanecer en el consultorio de un analista sádico o idealizado, y que su presunto masoquismo es sólo una posibilidad, ni siquiera la más frecuente.

Soy conciente de que estoy usando la palabra contratransferencia en un sentido algo diferente al que habitualmente se le da al término, esto es "la respuesta del analista a la transferencia del paciente", aunque también lo incluyo y si bien más adelante retomaré ese punto, ya puedo decir que también desde esta perspectiva la contratransferencia (esta vez del analista) está signada por su ideología, que implica una posición subjetiva determinada. Esto determina el material que elige interpretar y el sentido que le da, de acuerdo a su particular postura valorativa respecto a temas nodales, como la sexualidad, la libertad, el otro, etc.

Las interpretaciones así engendradas, darán lugar a respuestas emocionales por parte del analizando, comprensibles a partir de la realidad objetiva y subjetiva del analista y de la historia real y subjetiva del paciente.

La contratransferencia en la historia de las ciencias

Desde el siglo pasado las aspiraciones de toda ciencia eran compartir las premisas de las ciencias naturales; esto es la predictibilidad, la revertibilidad y la ausencia del sujeto del conocimiento, como garantía de objetividad y universalidad.

Paradógicamente el supuesto cumplimiento de estas condiciones, otorgaba al científico carácter de todopoderoso tal como era la fe del hombre en los alcances de la razón. El psicoanálisis no se salvó de esto y Freud, su creador, intentó ajustarse a estos principios (5), aunque la evolución de su propio pensamiento y las transformaciones del espíritu de la época (todavía inconcientes para la mayoría de sus coetáneos) lo llevaron bien lejos de las afirmaciones de una ciencia predictiva.

Sin embargo hay momentos en que su entusiasmo lo lleva a imaginar un futuro en el que el psicoanálisis iría a lograr la anulación de la neurosis (6), de la misma manera que el resto de los científicos esperaba dominar la naturaleza a través del descubrimiento de sus leyes exactas.

Al mismo tiempo Freud, junto a Einstein y otros pensadores revolucionarios, trajeron nuevos paradigmas a un siglo cuyos cambios vertiginosos y develamientos siniestros opusieron el caos a un mundo pretendidamente ordenado. Y los nuevos paradigmas fueron justamente lo caótico, la crisis, el azar, la inclusión del tiempo y la irreversibilidad. Esto significó la pérdida de las certezas y de la omnipotencia de las ciencias (y de los científicos y su capacidad de predicción) (11).

En toda situación de crisis, mientras aparecen nuevas respuestas frente al cambio, se intenta todavía mantener vigentes las soluciones e ilusiones anteriores. Algunos conceptos psicoanalíticos fueron usados de manera desviada para seguir alimentando posturas omnipotentes en los analistas, que se presentaron tácitamente como los conocedores de la verdad a la que sólo ellos tenían acceso por haber recorrido los caminos que llevan al inconciente.

Entonces las interpretaciones comenzaban diciendo: "Ud. me dice esto, pero en realidad me está hablando de otra cosa, que es..." y allí venía la explicitación de lo que para el analista era la verdad del inconciente del paciente, a la que él rápidamente había accedido gracias a su profundo saber.

La importancia que fue adquiriendo el tratamiento de la transferencia, no sólo tomada como resistencia sino como lo único a interpretar, derivada de las extensiones de la técnica de Klein más que de su propio ejemplo en la clínica (véase las sesiones con Richard) fue también un aporte importante a la manía del analista, omnipresente en las interpretaciones. Lo que motivó que el paciente se preguntara en silencio (para no ser acusado de transferencia negativa o resistencias al análisis), con quién podía hablar de sus padres.

Los antiguos paradigmas, agónicos, lucharon con vigor contra su muerte en todos los campos de la ciencia, y como es de suponer, también dentro del campo psicoanalítico. Y la predictibilidad y la ausencia del sujeto de la ciencia parecieron reinar en la teoría y la técnica, cuando uniendo conceptos como la transferencia (de Freud), la fantasía inconciente y el mundo interno (de Klein), y la contratransferencia como proyección de un aspecto disociado del paciente (de Racker y P. Heimann) podía llegarse a una ecuación según la cual "a tal fantasía (amalgama de historia real y realidad psíquica), tales y cuales transferencias y a tales y cuales transferencias, tales y cuales contratransferencias" (Un analista con el que supervisé durante el reinado de Klein y Racker en la Argentina, supo decirme: "es muy fácil: cuando el paciente habla del analista, es él, y cuando habla de él o de otro, es el analista").

El mal uso del concepto de identificación proyectiva llevó a anular la "presunción de inocencia" (2) con que cada paciente debiera ser recibido por su analista. Cada quien tenía el analista, el cónyuge o el gobierno "que se merecía", ya que en última instancia "todo el mundo elige, bajo el único sometimiento a los aspectos rechazados de sí mismo, que proyecta o encuentra en aquel otro con el que se enlaza".

Nótese que tras esta petición de principios elaborada por los psicoanalistas, la "presunción de inocencia" pasó a estar de su lado, lo que colaboró a conciencia o sin ella, con los más cruentos y más variados tipos de autoritarismos. El "por algo será", trágicamente repetido frente a las desapariciones durante la dictadura, lamentablemente tiene raigambre psicoanalítica y aún hoy posee cierto consenso. (El contenido de mi trabajo "Las sectas psicoanalíticas", que presenté en 1987, conserva actualidad) (14).

La omnipotencia pasó a ocupar el lugar del inconciente, al que se adjudicó la capacidad de generar todas las circunstancias (enfermedades siempre consideradas psicosomáticas, accidentes, vínculos de todo tipo, etc.) negando el azar y el aspecto inabarcable de una realidad compleja.

En relación con los antiguos y los nuevos paradigmas de la ciencia, esta postura interpretativa está sostenida por una posición contratransferencial narcisista y omnipotente, que retira del campo de estudio la subjetividad del sujeto, así como el tiempo, lo social y la historia, en concordancia con los imperativos de otras ciencias.

En el psicoanálisis se vulgariza la idea del "analista sin memoria ni deseo", como si se pudiera ser sólo reflejo de las proyecciones del paciente y curar haciendo "como si" no se lo quisiera, y como si esa ausencia de subjetividad del analista, de ser posible, ¡fuera deseable!

La contratransferencia y la realidad. Otros puntos ciegos

Para separar la subjetividad del analista del campo analítico, en un mundo que atravesaba un siglo de catástrofes de origen social, fue necesario también separar la realidad social que afectaba a ambos miembros de la pareja analítica. Si ésta se introducía obsecadamente en el discurso, debía considerársela "resistencial" o bien rápidamente reducir el "enemigo" a su referencia inconciente (complejo de Edipo, Pulsión de Muerte, narcisismo, etc).

En un trabajo anterior (15) dije que "a pesar de Freud, el historiador, a los analistas la historia les cayó de pronto sobre su plato, como un meteorito que atraviesa el techo de la casa en una pretendida plácida reunión familiar." A pesar de Freud, que no mezquinó el análisis de su complejo de Edipo y de sus sueños; ¡tan presente con su subjetividad y sus circunstancias! (9)

En los años 70 de este siglo XX, aquellos paradigmas de las ciencias predictivas y a-subjetivas, debieron rendirse en el campo psicoanalítico, ante las exigencias de una realidad histórica y psíquica que gritaba los impactos de lo traumático.

A la ausencia de la inclusión de lo social en el psicoanálisis, Castoriadis propone "la historicidad". Piera Aulagnier define el historizar como la construcción de un relato conjetural sobre el pasado, que hila y enlaza la realidad histórica con producciones fantasmáticas y enunciados (provenientes de otros significativos) que devienen identificatorios. Y así pone por primera vez algunas cartas sobre la mesa: el analista es capaz de reconocer la realidad de ciertos hechos del pasado de su paciente, al mismo tiempo que puede identificar los productos de sus defensas y sus deformaciones, y a partir de ese reconocimiento de la realidad puede plantearse claras metas (horror en los defensores de la moralina psicoanalítica "abstinente", ¡frente a esta impúdica transgresora!): en el caso de Odette se propone expresamente conducir a su paciente a la desidealización de la madre, modificar su relación con la imagen del padre (revalorizarlo) y ¡favorecer su autodesculpabilización! (1) (pág.166).

Y no sólo éso: en el blanqueo que hace Piera de situaciones subjetivas del analista, negadas en beneficio de sus ilusiones narcisistas de omnipotencia, llega a propugnar, junto a la evaluación de la patología del posible analizando, la honesta evaluación de la capacidad del analista para investirlo, la consideración de sus limitaciones, alergias o incompatibilidades, de acuerdo al conocimiento que debe tener de su propia neurosis. Y esto porque considera que cambiar de analista en medio de un tratamiento no es situación banal, ni coincide con la idea de que un análisis "si no hace bien, tampoco perjudica". Hay análisis que agravan la enfermedad del paciente.

Hace ya algunas décadas los analistas percibieron el peso de las historias que desde un pasado inelaborable se abren paso transgeneracionalmente y aparecen en el presente psíquico como agujeros, vacíos o muerte. Esto condujo la mirada psicoanalítica hacia el estudio de lo negativo y los pactos de silencio que impiden la metabolización de lo traumático y su transmisión historizada.

Pero aquí llegamos a un punto esencial respecto de la contratransferencia del que ya había advertido Freud: el análisis del analista. Mal puede un analista "ver" los conflictos transgeneracionales de su paciente y el impacto traumático de la historia familiar y social que le tocó vivir, si desconoce su propio entramado subjetivo con su historia generacional, atravesada por el texto social y cultural. Mal puede "ver" en el material del paciente alguna referencia a la realidad traumática, si todavía sigue fiel al dictamen del "hagamos como si no pasara", y mantiene al recinto de la sesión como aquel laboratorio de Newton, donde las experiencias se realizaban fuera del tiempo y del espacio real.

A la realidad social traumática y compartida por analista y analizando, Janine Puget propone la comprensión de los "mundos superpuestos", exigencia de un profundo autoanálisis del analista de la participación de su subjetividad en el mundo, que opone concientización y compromiso a la negación de la realidad injuriante(12).

Existe una transferencia olvidada, que es aquella que espera encontrar en el analista un semejante, es decir alguien que no sólo entienda de pulsiones y Edipo por estar jaqueado por ellos al igual que el analizando, sino que también comprenda las implicancias de su subjetividad en las situaciones traumáticas del tiempo histórico-social que a ambos les toca vivir. Sin embargo es todavía escasa la respuesta que los analistas damos a esta transferencia. Tal vez persista en nuestro inconciente el temor que sufrimos durante la dictadura de que nuestro nombre figurase en alguna agenda "comprometida", y "borramos" nuestra subjetividad comprometida.

En "Psicología de las masas" Freud dice que el otro es para el sujeto: objeto de la pulsión, rival, modelo o auxiliar (7). A partir de la contratransferencia omnipotente del analista de los antiguos paradigmas, éste (el analista) era en su interpretación, sólo objeto de la pulsión, rival odiado o modelo idealizado y temido de su paciente.

La inclusión del tiempo y la necesidad de historizar, reincorporan al análisis el acontecimiento y su peso objetivamente responsable (entramado con la realidad fantasmática) de la intensidad y cualidad de los afectos provocados y de sus defensas. Y el analista pasa a ocupar el lugar que estuvo vacío en aquella historia lejana del paciente, comprendiendo y legalizando su emoción y sus percepciones. Al decir de P. Aulagnier, ayudándole a escribir una historia que entrará en un "buen olvido," porque podrá ser reprimida sin miedo ni odio. Entonces el analista es para el otro: ni objeto de la pulsión, ni rival odiado, ni modelo idealizado, sino un buen auxiliar para este "aprendiz de historiador", o bien un semejante que atestigua y convalida la batalla de la memoria contra el olvido.

Pero para éso es necesario renunciar a decir: "lo que pasa es que Ud...", para decir: "a mí me parece", o "tal vez", o " a algunos les sucede que...". Y no" como un tic", como dice Piera Aulagnier (1), sino con una verdadera actitud a la vez humilde y autovalorada, de auxiliar calificado. Ocupar ese lugar implica una suficiente renuncia a las aspiraciones omnipotentes del narcisismo, cuyos déficits precisamente a veces lo impiden.

Racker habló también de la transferencia que no busca repetir: la transferencia esperanzada. Es decir aquella que espera encontrar lo que no tuvo y que el vínculo analítico hace posible. Creo que esta esperanza se realiza en la medida en que el analista puede identificarse con el yo de su asociado, en el amplio campo de sus luchas mal llevadas (con el ello, el superyo y la realidad) y mantiene a su vez una disociación operativa: suficientemente comprometido con sus afectos, y a la vez reflexivo.

Para recuperar la contratransferencia positiva, suele ser necesario a veces recordar las palabras de Racker acerca de que el yo, aunque sea a través de sus peores y más retorcidas defensas, siempre está movido por el amor y la necesidad de preservar la vida, ya sea del objeto o de sí mismo.

Contratransferencia: peligro o necesidad

Para encarar el proceso psicoanalítico como la búsqueda de la construcción de un nuevo relato conjetural acerca de la historia vivencial e identificatoria del analizando, se le hace preciso al analista renunciar a la satisfacción narcisista que le brindaba la posibilidad de ocupar sólo el lugar de los objetos pasionales del paciente. No quiero decir con esto que en el curso de un análisis estas transferencias pasionales no se den o no deban ser interpretadas, sino que muchas veces el analista a partir de sus propias carencias narcisísticas des-conocidas, o a su necesidad de mantener escindidos del análisis aspectos traumáticos del mundo social compartido, las favorece o (exagerando el término) las alucina(9).

Los alcances del análisis personal del analista en sus tres áreas de investimientos, identificaciones y conflictos (pulsional, edípica y social) (3) están presentes en su ser analista; en lo que interpreta y en lo que no interpreta; en su tono de voz, su postura y su mirada. Los lleva puestos.

Cuánto su subjetividad contratransferencial le permitirá tolerar la particularidad subjetiva de su paciente y el singular trazado de su historia, dependerá, como para todo mortal, del grado de renuncia narcisista y auténtico sepultamiento de las aspiraciones edípicas, condición para el arribo a una genitalidad oblativa (4): aquella disposición generosa capaz de favorecer la creación de algo que queda fuera de nosotros mismos.

Esta sería la verdadera reinclusión del sujeto subjetivo y del tiempo que postulan los nuevos paradigmas de la ciencia, en ambos miembros del vínculo analítico.

Referencias

(1) Aulagnier, P. El aprendiz de historiador y el maestro- brujo. Amorrortu Editores.
(2) Los destinos del placer. Edit. Argot.
(3) Condenado a investir. Revista APA.1984. Vol.XLI. Nº 2/3.
(4) Dolto, F. Pediatría y psicoanálisis. Siglo XXl Edit.
(5) Ekboir y Grimberg. Cambios en el pensamiento científico y "crisis" del psicoanálisis. Revista APA. Tomo 1. Número 1. 1993.
(6) Freud, S. Las perspectivas futuras de la terapia psicoanalítica Obras Completas. Tomo Xl. Amorrortu.
(7) Psicología de las masas y análisis del yo. ídem, Tomo XVlll.
(8) Green, A. Ideal, mesura y desmesura. Revista APA. Tomo XLV. Número 1. 1988.
(9) Kijak, M. A orillas de los ríos de Austria (presentado en la AEAPG, 1994).
(10) Morin, Edgar. La noción de sujeto. En Nuevos Paradigmas, Cultura y Subjetividad. Dora Fried Schnitman y otros. Edit. Paidós.
(11) Prigogine, I. ¿El fin de la ciencia? En Nuevos Paradigmas, Cultura y Subjetividad. (Idem)
(12) Puget, J. y Wender,L. Analista y paciente en mundos superpuestos. Psicoanálisis. Volumen lV. Nº 3. 1982
(13) Racker, H. Estudios sobre técnica psicoanalítica. Paidós.
(14) Rosmaryn, A. Las sectas psicoanalíticas (Encuentro de la AEAPG, 1987).
(15) Un día en la vida de una psicoanalista de niños y adolescentes. Buenos Aires, 1994. (Jornada del Departamento de Niños y Adolescentes de la AEAPG).

Freudiana
Artículos publicados en esta serie:

(I) La transferencia sublimada (Carlos Sopena, No. 131).
(II) ¿Cuánto de judío? (Alan A. Miller, No. 131).
(III) La mirada psicoanalítica. Literatura y autores. (Mónica Buscarons, No.131).
(IV) Génesis del "Moisés" (Josef H. Yerushalmi, No. 132)
(V) Sobre "Las márgenes de la alegría" de Guimaraes Rosa (J. C. Capo,M. Labraga, B. De León, No. 132)
(VI) Un vacío en el diván (Héctor Balsas, No.132)
(VII) Génensis del "Moisés" (No. 132). Arte y ciencia en el "Moisés" (Josef H. Yerushalmi, No. l33)
(VIII) Freud después de Charcot y Breuer (Saúl Paciuk, No. 133)
(IX) El inconciente filosófico del psicoanálisis (Kostas Axelos, No. 133)
(X) Nosotros y la muerte (Bernardo Nitschke, No. 134)
(XI) Freud: su identidad judía (Alan Miller, No. 134)
(XII) El campo de los "Estudios sobre la histeria" (Carlos Sopena, No.135)
(XIII) Los Freud y la Biblia ( Mortimer Ostov, No. 135)
(XIV) Volver a los "Estudios" (Saul Paciuk, No. 136)
(XV) Psicoanálisis hoy: problemáticas (Jorge I. Rosa, No. 136)
(XVI) Freud y la evolución (Eduardo Gudynas, No. 137)
(XVII) Los aportes de Breuer (T. Bedó, I. Maggi, No. 138)
(XVIII) Breuer y Anna O.(Tomás Bedó-Irene Maggi No. 139)
(XIX) "Soy solo un iniciador" (Georde Sylvester Viereck, No. 140/41)
(XX) El concepto de placer (Ezra Heymann, No. 143)
(XXI) Edipo: mito, drama, complejo (Andrés Caro Berta, No. 145)
(XXII) Identificaciones de Freud (Moisés Kijak, No. 147)
(XXIII) Transferencia y maldición babélica (Juan Carlos Capo, No. 148)
(XXIV) Babel, un mito lozano (Juan Carlos Capo, No. 150)
(XXV) La pulsión de muerte (Carlos Sopena, No. 151)
(XXVI) Un rostro del "acting out" (Daniel Zimmerman, No. 152/53)
(XXVII) ¿Cuál es la casuística de Freud? (Roberto Harari, No. 154)
(XXVIII) El interminable trabajo del psicoanálisis (Ada Rosmaryn, No. 156)
(XXIX) El psicoanálisis y los conjuntos intersubjetivos (Marcos Bernard, No. 156)
(XXX) Freud en Muggia. Los fantasmas de la migración forzada (Moisés Kijak, No. 157)
(XXXI) Freud y los sueños (Harold Bloom, No. 158)
(XXXII) La sexualidad interrogada (Alberto Weigle, No. 159)
(XXXIII) Una historia de histeria y misterio (Juan Carlos Capo, No. 160)
(XXXIV) Freud y el cine (Daniel Zimmerman, No. 162)
(XXXV)
Investigación en psicoanálisis (Eduardo Lavede Rubio, No. 163)
(XXXVI) De la teoría a la ideología: problemas. La actuación ideológica (Saúl Paciuk, Nº 164/65)
(XXXVII) Conciencia y Castración (Carlos Sopena, No. 166)

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