El ser humano no se sitúa ante la creación como un
extranjero o como un patrón, sino como un hermano.

Los humanos somos parte de ese cosmos.
Ignorar este lazo íntimo y familiar sería desconocer nuestras raíces y rechazar la propia sangre.

Nuestro siglo podría ampliar el cántico de San Francisco:
 "Loado seas por toda criatura mi Señor,
y en especial por el  hermano sol,
que alumbra y abre el día y es bello en su esplendor
y lleva por los cielos noticias de su autor"...
con el siguiente himno al universo.

 

 
 

Loado seas mi Señor
por la hermana molécula y el hermano átomo
que forman la invisible trama del universo.

Loado seas mi Señor
por los inquietos electrones
que han cambiado nuestra manera de vivir
y por las partículas subatómicas
y los extraños neutrinos que todo lo atraviesan.

Loado seas mi Señor
por nuestras grandes hermanas las galaxias
formadas de miles de millones de soles y planetas.

Por nuestro hermano espacio
en el que nos movemos y somos.
Y por nuestro hermano tiempo en el que tejemos
nuestra historia de humanización
y te alabamos a Ti bondadoso Señor.

Loado seas mi Señor por nuestros ruidosos aviones
por los silenciosos satélites
y por las obras todas de nuestras manos.

 

Himno extraído del libro "Más allá del horizonte".