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Gobiernos locales, descentralización y participación ciudadana en Montevideo
Seminario 10 años de descentralización: un debate necesario

Documento presentado por el IDES:
A 10 años de descentralización: una mirada hacia delante (*)
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CAPITULO I

Un contexto de
transformaciones sociales

 Sería una tarea que va mucho más allá de este trabajo, relevar la totalidad de las transformaciones ocurridas. Aquí simplemente queremos traer a colación algunos aspectos que se entienden determinantes para comprender las nuevas relaciones sociales que se entablan en el presente contexto, particularmente a efectos de comprender el funcionamiento molecular de las sociedades actuales.

 Tres son los ámbitos en los que se pueden registrar estos cambios: el mundo del trabajo, los contextos comunitarios y la estructura familiar. En estos tres lugares de la sociedad se dio una cierta continuidad hasta principios de la década del setenta del siglo XX, pero será a partir de entonces cuando comienzan a reestructurarse radicalmente.

 Este momento histórico marca el final del tipo de unidad productiva característica hasta entonces. La gran manufactura entra en crisis y termina por literalmente disolverse con todos los nefastos efectos sociales que ello ha aparejado. Piénsese en la cantidad de regiones industriales históricamente relevantes que a partir de este crisis han visto cerrar sus fábricas y convertir a los otrora florecientes parques industriales en verdaderas piezas de arqueología. O recórranse zonas de Montevideo tales como Curva de Maroñas, Malvín Norte, La Teja, Nuevo París, Cerro, Colón Norte, etc.

 Nace una nueva forma de producir, en donde lo central es el uso de un territorio mucho más vasto, en donde desaparecen las fronteras nacionales; por su parte el nuevo enjambre de trabajadores que continúan vendiendo su fuerza de trabajo (en las distintas modalidades) para hacer posible la producción, también se dispersan contribuyendo con muy variadas formas en el proceso productivo. 

Es posible sostener que este cambio ya estaba insinuado cuando las nuevas tecnologías comenzaron a difundirse, haciendo posible su acelerada expansión. La microelectrónica, las telecomunicaciones, la informática fueron dispositivos de aceleración de un proceso que ya se había iniciado. La generalización de las nuevas tecnologías que se produce aproximadamente a fines de la década de lo ochenta tal vez lo que precipitó fue el gran desarrollo y hegemonía del capital financiero en el conjunto de la economía mundial.

 Se trata de una nueva modalidad productiva en la cual se produce desde el mercado y para el mercado, pero en una nueva situación en donde el mercado es el mundo. Por lo tanto la circulación de los factores de la producción y la implantación física de los procesos de trabajo es variable y se realiza potencialmente en cualquier punto del planeta.

 Ello no solamente pone en crisis a los estados nacionales sino a las propias sociedades nacionales que pasan a experimentar un doble proceso: por un lado una integración mucho más intensa con el resto del mundo y, simultáneamente, una muy fuerte reestructuración de la vida social.

 Este nuevo escenario de la producción se ve acompañado de otro enorme impacto dado por el ingreso masivo de las mujeres al mercado laboral e inclusive de jóvenes que en el esquema anterior aún no lo hacían. Ello se explica por un incremento en números absolutos de los puestos de trabajo (con fuertes diferencias por región que se observe) aunque cualitativamente mayoritariamente en peores condiciones tanto por el salario como por la precariedad.

 En Montevideo, estos cambios tuvieron su expresión más intensa en un doble proceso de desindustrialización, acompañado de una extensión de los sectores sociales asalariados. Una suerte de paradoja, dado que la pérdida de peso relativo de la industria si bien trajo consigo mucha desocupación, también se dio en paralelo un aumento de los puestos de trabajo en el sector de los servicios, extendiendo la masa social de asalariados.

 A su vez, el mercado laboral incrementó sus diferencias y desigualdades, haciendo crecer a las diversas modalidades del empleo precario o inclusive de aquél que sin serlo ofrece condiciones laborales inferiores (desprotección, menor salario, etc.).

 Con todo ello, el actor social característico del período anterior que había sido el movimiento sindical, entró en un proceso de declive en cuanto a su influencia real en la sociedad. Hoy esta crítica situación es objeto de debate y se asiste a un proceso de búsqueda de alternativas a efectos de recuperar la fortaleza necesaria para poder volver a ser una herramienta útil en la defensa del trabajador.

 A nivel social, ello creó un hueco relativo en el tejido social, que por la vía de los hechos se fue derivando hacia el incremento del individualismo y la fragmentación social, culturalmente promovida por los centros hegemónicos, o por nuevas formas de asociarse y encontrarse aún poco conocidas en el conjunto de la sociedad.

 El entorno comunitario de las personas -entendiendo por tal aquellos espacios entre el mundo del trabajo y la privacidad familiar- también sufre un gran cambio. Los desplazamientos de la población sumado a nuevas circunstancias culturales debilitan los antiguos tejidos urbanos que constituían las ciudades y que operaban como un factor importante en la socialización de las mayorías sociales.

 Las ciudades, lugar indiscutido de la centralidad de estos procesos se transforman predominantemente en grandes continuos urbanos conformados por la sumatoria de densas y extensas zonas dormitorio salpicadas por unas pocas sub centralidades urbanas que convocan a grandes volúmenes de población para su consumo y entretenimiento, reafirmando el anonimato y la impersonalidad del nuevo paisaje urbano.

 En estos escenarios se percibe una propensión a las múltiples segregaciones dadas por razones de ingresos monetarios, u otro tipo de diferencias. Ello ha llevado a afirmaciones tales como que se vive la desaparición de las ciudades, entendidas como entidades relativamente orgánicas con unidad a su interior. Sin perjuicio de que efectivamente (con excepción de algunas regiones) las ciudades han perdido esa tradicional organicidad, siguen siendo ciudades. De hecho son las ciudades de esta nueva época.

 Este nuevo entorno urbano determina una redefinición de la socialidad de las mayorías. El antiguo barrio, sede de intensos y continuos intercambios comunitarios, deja su paso a las mencionadas áreas dormitorios, es decir, lugares de residencia en donde en lo fundamental la mayoría de la población solamente los usa durante las horas de descanso.

 Correlativamente, y en particular en las zonas del capitalismo periférico, pueden seguir observándose extensas zonas urbanas pobladas por personas y hogares en situaciones de pobreza. En ellas aún se detectan ciertos dispositivos de encuentro y complementación, pero exclusivamente como una forma de mitigar las fuertes carencias individuales a partir de una solidaridad básica con el propósito de la subsistencia.

 Esta realidad del universo de la pobreza, observable inclusive en ciudades de regiones y países ricos (piénsese en Nueva York y varias otras ciudades de USA), ha agudizado la transformación urbana en un sentido de incrementar las heterogeneidades manifiestas en los territorios urbanos conformando diversas "ciudades" en una misma área urbana.

 Los efectos sociales de esta transformación son múltiples pero quizás uno de los más destacables sea la sustitución de los anteriores dispositivos de socialización con base en la estructura urbana que existía, por las nuevas redes de relación, que pasan a articular las prácticas personales. Redes que se constituyen con ocasión del trabajo, de la solidaridad, del entretenimiento, por las afinidades culturales, religiosas, etc., ofreciendo una manera distinta de relacionar aún poco conocida.

 Montevideo ofrece con singular claridad estos cambios, ya que en las últimas décadas ha sido el escenario de un muy intenso movimiento de población a su interior. Movilidad muy paradojal ya que la ciudad como tal no ha crecido ni social ni naturalmente; pero contundente como resultado de la lógica (si así puede llamársele) de un mercado inmobiliario que ha obligado a decenas de miles de montevideanos en las últimas décadas a mudarse hacia lugares acordes a su capacidad de pago.

 Este fenómeno, sumado a otros aspectos de orden cultural, fueron factores determinantes para la crisis del antiguo barrio tan característico del Montevideo de la prosperidad, fuente de identidades culturales y arraigo de su población. Como consecuencia, el nuevo tejido social ha perdido fuerza en la organización de base territorial, dando lugar a la aparición de nuevas modalidades entre las que destacan instancias del tipo de redes cuyos hilos conductores radican en determinados temas de interés más allá de la proximidad física o no de los colectivos.

 Piénsese en las comisiones temáticas de los Centros Comunales Zonales, las distintas sub culturas juveniles (teatro, murga, percusión, poesía viva), las actividades de verano en la playa, las redes de adultos mayores, etc. Hay allí organización social, pero con frecuencia de nuevo tipo, tal vez más flexible y no siempre determinada por la proximidad física existente en un mismo territorio.

 La estructura familiar es otro de los grandes pilares que habían sostenido el desarrollo social que sufre también sustanciales modificaciones. Desde los albores de la urbanización propiciada por el advenimiento del capitalismo, la familia se constituyó en la célula básica en donde se efectuada la reproducción biológica y social. Procreación e integración a la sociedad eran funciones enfáticamente concentradas en la unidad familiar; desde la lengua materna hasta la crianza y educación se producían en ese ámbito.

 Su estructura estuvo pautada por el denominado modelo patriarcal en donde la figura paterna se elevaba claramente como el jefe del hogar, en la parte superior de una jerarquía a la que la mujer concurría en segundo término y luego los hijos. Si bien este modelo evolucionó del hogar extenso, comprendido por los cónyuges, sus hijos, ascendientes y eventualmente otros parientes o allegados, a un hogar nuclear constituido solamente por los cónyuges y sus hijos, será recién en la segunda mitad del siglo XX cuando este modelo patriarcal comience a sufrir una crisis irreversible.

 La evolución cultural ocurrida conjuntamente con el ingreso masivo de la mujer al mercado laboral, son los factores que ponen fin al modelo patriarcal dando inicio a una reestructura total y en profundidad de la unidad familiar.

 ¿Qué es hoy la familia? Es una pregunta que no tiene respuesta fácil; desde la ciencia social lo único que se puede hacer con cierta certeza es registrar las nuevas modalidades de familia y alguno de los efectos que ello ha traído aparejado.

 Hay que señalar en primer término como uno de los sucedáneos, las diversas, variadas y expansivas nuevas formas de constitución del núcleo familiar: familias ensambladas, (pareja con hijos de matrimonios anteriores), rotatividad de la pareja, hogares con hijos repartidos en los nuevos núcleos familiares, hogares monoparentales, hogares con madres adolescentes, y así sucesivamente una gama original e inimaginada.

 Toda una nueva fenomenología de la vida familiar en donde sin aún tener claro sus implicancias, sí van quedando de manifiesto algunos aspectos, entre los que resalta, en primer término, el debilitamiento en la atención de los hijos menores de edad. En esta fase de la vida tan determinante en la formación de la personalidad, la familia ha disminuido su influencia y responsabilidad en la crianza y educación de los niños, lamentablemente sin que existan mecanismos claros a nivel de la sociedad en su conjunto que sustituyan este vacío relativo.

 Estos cambios en la estructura familiar han alterado radicalmente los roles de las personas en lo nuevos ámbitos creados. Seguramente el hecho más visible y remarcable sea el nuevo protagonismo de la mujer que por primera vez en siglos ha podido iniciar un camino seguro de emancipación de su histórico sometimiento. La cultura y el acceso al trabajo remunerado fueron los activadores de este gran cambio que aún está lejos de consistir en una verdadera igualación entre los sexos.

En alguna medida la mujer continúa con mayores responsabilidades en el interior del hogar, en el trabajo padece de discriminación con respecto al hombre, y en su carácter de asalariada también padece al igual que el hombre los mecanismos de explotación inherentes al capitalismo. No obstante, la mujer hoy es otra persona culturalmente hablando.

 Pero también el hombre ha sufrido cambios importantes. Tal vez en esto último aunque sea lo que menos se analiza, esté uno de los principales problemas de los nuevos escenarios de lo cotidiano. La condición masculina se haya en una profunda crisis que ha relegado a buena parte de los hombres a conductas erráticas, autodestructivas, y en lo esencial profundamente irresponsables.

 La pérdida de su jefatura del hogar por dejar de ser el único perceptor de ingresos, la pérdida también de su hegemonía, sexual al haberse equiparado la mujer en derechos y expectativas en el campo de la sexualidad y una nueva posición ante los hijos; que gozan de una consideración mucho más respetuosa de sus nuevos derechos, y culturalmente se han formado en un mundo diferente en conocimientos e información; que relativizan la experiencia y el conocimiento de las viejas generaciones, conforman una nueva realidad de pérdidas y transformaciones profundas.

 La crisis de la condición masculina es uno de los problemas más graves de las sociedades contemporáneas, responsable en buena medida de la extendida violencia familiar y privada y, sobre todo, de un comportamiento masculino con frecuencia irresponsable de sus actos en el campo de la paternidad. la pareja y en general la vida en relación.

 Cambios tan profundos en las estructuras, las funciones y los roles de las personas definitivamente conforman un cuadro social muy diferente con consecuencia en los procesos sociales y los comportamientos individuales.

 La sociedad uruguaya y montevideana en particular han sido muy dinámicas en lo que refiere a estas transformaciones. La nupcialidad, la tasa divorcios, el crecimiento de hogares no nucleares (unipersonales, uniones libres, extensos, y otros) muestran indicadores muy significativos de cambios.

 Por su parte, en lo referido a la presencia de la mujer en el mercado laboral, Montevideo sigue siendo la ciudad con mayor porcentaje de mujeres en la población económicamente activa en América Latina.

 Obviamente todo ello ha influido muy intensamente en las formas de la reproducción social básicamente en lo que refiere a la atención de los niños y los adolescentes. Los esfuerzos de la reforma educativa en alguna medida intentan responder a estos cambios sociales, pero lamentablemente aún se está muy lejos de haber podido construir un nuevos sistema institucional que sea capaz de atender adecuadamente a los niños y los jóvenes en las actuales circunstancias.

 Problemas como el de los jóvenes inactivos que no estudian ni trabajan, el embarazo adolescente, las adicciones tempranas, la violencia delictiva, son algunas de las manifestaciones más visibles y negativas de esta nueva realidad. La ciudad como colectivo más amplio pareciera que debe de encontrar alternativas para el amparo y la continentación de estos sectores sociales.

 Estas transformaciones han estado acompañadas de cambios en las relaciones de producción y el mercado laboral, caracterizadas por significativas escisiones. El capitalismo desde sus orígenes conformó un sistema de clases sociales en donde las desigualdades han estado presente; la diferencia con la situación actual, es que las desigualdades tienden a consolidarse y profundizarse ya que el sistema en su conjunto ha perdido su vocación integradora. Aparecen en casi todas las sociedades, incluso las más ricas, sectores de la población excluidos que pasan a quedar al margen de todo desarrollo posible.

 La magnitud entre incluidos y excluidos varía de sociedad en sociedad, pero progresivamente se ha ido transformando en una característica de la actual fase histórica del capitalismo.

 La exclusión social indica una marginación del mercado laboral, pero en lo fundamental se asienta en una creciente distancia cultural entre los grupos de integrados y excluidos. El conocimiento, la información, la capacidad de aprender a aprender, son elementos determinantes en la discriminación entre unos y otros.

 El universo de los excluidos es uno de los ámbitos en donde se reproduce con mayor celeridad la irracionalidad del modelo económico imperante, se manifiesta en bolsones de pobreza en todas sus manifestaciones, y en lo fundamental se constituye en un ámbito en sí mismo reproductor de la exclusión.

 Nociones como pertenencia o no de capital social y cultural pasan ser fundamentales para evaluar las posibilidades de los grupos y las personas.

 Uno de los aspectos de mayor relevancia en estas nuevas diferenciaciones, es la movilidad que cada quien es capaz de protagonizar. Movilidad espacial (al interior de la ciudad, entre regiones o internacionalmente), la movilidad social (conocer y saber desplazarse entre diversos medios sociales) e inclusive la movilidad cibernética dada por el acceso diferencial a la información.

 Con frecuencia los ámbitos de los excluidos tienen la particularidad de compartir la información y en especial de las alternativas de consumo al igual que toda la sociedad. En el pasado por lo general los sectores más relegados en la jerarquía social "vivían" mundos muy distintos en cuanto a valores, hábitos y consumo; ahora es frecuente que en un mismo territorio coexistan ambos sectores de incluidos y excluidos con el agravante que estos últimos prácticamente nunca podrán incorporarse a la realidad de los otros. He ahí una fuerte carga de angustia e insatisfacción que es lo que permite explicar muchas de las conductas desviadas del presente con apariencia en ocasiones de irracionalidad incomprensible.

 Estas viejas y nuevas fracturas que sufre la sociedad están fuertemente vehiculizadas por los nuevos dispositivos culturales.

 A través de la cultura las sociedades de todos los tiempos se han reproducido garantizando cierta continuidad entre las generaciones. Los cambios iniciados en las últimas décadas del siglo XX mucho tienen que ver con las nuevas formas de la reproducción social y cultural. La transformación y crisis de la familia ya anotada, ha estado acompañada a la pérdida de importancia de otras instituciones antaño estratégicas en la reproducción: la Iglesia y el sistema educativo conformado para la universalización del conocimiento por parte de toda la sociedad.

 La denominada cultura “massmediática”, es decir, aquella que emana de los medios masivos de comunicación (la TV, la radio, la prensa escrita, e inclusive Internet), progresivamente se han constituido en los principales agentes de socialización de un conocimiento que llega como nunca antes a vastas mayorías sociales a través de las nuevas y cada vez más poderosas herramientas de la comunicación, fundamentalmente en imágenes y sonido.

 A diferencia de lo que usualmente se piensa, la nueva realidad massmediática no es un mero producto de la tecnología. Aquí como en tantos otros aspectos, la tecnología ha sido tomada y orientada en un cierto sentido en función de procesos sociales cuya racionalidad precede a la tecnología y en los que ésta se pone a su servicio.

 Convergen los nuevos procesos de transformaciones económicas y sociales con las nuevas alternativas en materia de telecomunicaciones, para constituir un nuevo dispositivo cultural de alcances inimaginables. Este nuevo complejo cultural que administra en buena medida los sentidos de la humanidad contemporánea, es polimorfo y de una complicada extensión. Quizás sus principales características son: una dinámica muy cambiante en su funcionamiento y despliegue; una tendencia a su centralización en crecientes centros de poder y, en especial, una naturaleza profundamente mercantil en su funcionamiento.

 Dicho de otra forma, podría afirmarse que el sentido fundamental de este complejo cultural es el lucro antes que otro tipo de objetivos no mercantiles.

Hay desde luego, una clara voluntad de informar y opinar al servicio del orden constituido, y por tanto a su apología directa o implícita, pero ello no es el propósito central. Se trata de expandir y profundizar la influencia “massmediática” en cada vez más población a efectos de incorporar y consolidar una cultura del consumo necesaria para la lógica productiva emergente. Hay que recordar, que las transformaciones económicas ocurridas han propiciado un crecimiento exponencial de la capacidad productiva que requiere indefectiblemente de más mercado y más consumo: crecimiento horizontal (nuevos mercados) y vertical (más consumo en los ya existentes).

 Uno de las matrices esenciales del actual complejo cultural es la publicidad. Esta ha evolucionado de una mera modalidad de información acerca de productos ofrecidos, en un dispositivo sumamente sofisticado de persuasión para convencer de la necesidad de nuevos y más numerosos consumos.

 Tan importante ha sido el desarrollo del modelo publicitario, que sus rasgos esenciales han impregnado la mayoría de los procesos de comunicación existentes inclusive en campos del desempeño tan distantes como la política, la religión, la difusión institucional o la propia enseñanza formal. La publicidad es uno de los principales factores de conformación de los nuevos códigos culturales.

 Por su parte, la potencia creciente de este complejo cultural no es homologable a la creación de un imperio de las conciencias que actúa premeditadamente en el sometimiento colectivo. En primer término, la tendencia anotada a la centralización sufre permanentes cambios producto de las vicisitudes del mercado: compra y venta de grandes cadenas, fusiones, quiebras, etc., y en segundo término, en la medida que en última instancia este complejo cultural es un dispositivo de ventas, no existe una política cultural coherente con objetivos específicos, más allá de incrementar audiencias, para aumentar la influencia en la promoción comercial.

 Esta forma de ver el problema es claramente diferente de la tradicional crítica apocalíptica que solamente descalifica el mensaje y su función, satanizando a los responsables. Esta manera de posicionarse, ha sido en buena medida, la responsable de por qué la cultura “massmediática” ha tenido tantos críticos y tan pocas propuestas alternativas.

 Los cambios sociales anotados con anterioridad, abrieron paso al incremento de la influencia de los medios masivos de comunicación en las funciones de reproducción social. La nueva hegemonía consolidada (entendiendo por tal la dirección política, cultural y moral de la sociedad) se ejerce a través de los medios y en su propio lenguaje..Es así que se asiste a una creciente influencia de la cultura “massmediática” en la construcción del sentido común de las grandes mayorías sociales.

 A diferencia de los formatos anteriores, característicos por vastos y coherentes sistemas de pensamiento que respaldaban a los vehículos culturales de la reproducción social, como lo fueron las religiones, los sistemas del pensamiento o los modelos éticos; la cultura “massmediática” se ofrece como algo magmático y cambiante en donde más que ser la expresión de designios previamente formulados, se trata en la mayoría de la veces de propuestas de entretenimiento que solamente buscan una rápida adhesión. Hay desde luego allí un "currículo oculto" es decir, valores, concepciones del mundo y de la vida e ideologías, pero que en la mayoría de los casos son un valor agregado a un producto cuyo principal objetivo es otro.

 Esta característica es la que le da tanta fuerza al mensaje, ya que se interioriza fácilmente y por tanto influye con más eficacia. Es desde este modelo que se puede entender la acelerada homogeneización cultural que se ha producido a lo largo de las últimas dos décadas.

 Además, los cambios estructurales ocurridos, produjeron fragmentación, aislamiento, movimientos de población, todo lo cual en detrimento del diálogo social y la comunicación cara a cara. Por lo tanto esta cultura “massmediática” se ha transformado en uno de los pocos cementos sociales capaces de mantener relativamente unidos los nuevos tejidos de las sociedades contemporáneas.

 La expansión del complejo cultural se ha realizado con extraordinaria celeridad, en particular luego de finalizada la Guerra Fría. Mientras existía un mundo bipolar, los medios no podían realizar plenamente su vocación mercantil, ya que los centros del poder político insistían en usarlo como armas de persuasión de sus respectivas ideologías. El fin de esa etapa histórica amplió los territorios de influencia y además alejó los designios ideológicos de la cultura “massmediática”.

 La expansiva empresa de igualación cultural que se ha desencadenado es más potente y desde luego más pacífica pero al igual que la otra ha servido para construir lenguajes comunes y debilitar las particularidades culturales.

 En Montevideo, ello se expresa con mucha fuerza en la crisis de la prensa escrita cuya caída ha sido impresionante, siendo ampliamente sustituida por la televisión. Piénsese por un momento que en el Uruguay a las 19 horas un millón de uruguayos está mirando alguno de los tres informativos que ofrecen los canales abiertos privados y los niveles de exposición a la programación televisiva, alcanza una significativa cantidad de horas a la semana variando de acuerdo a tipo de actor social de que se trate.

 Esta nueva realidad ha propiciado fuerzas en su contra. En particular en la última década se comienza a observar una tendencia a la preservación y rescate de tradiciones culturales autóctonas que venían siendo relegadas. Un movimiento relativamente espontáneo que pareciera que expresa sentimientos más que propósitos políticos. Una suerte de agobio por la universalización sufrida en detrimento de la historia y la experiencia propias que empujan a verse a sí mismos a los pueblos.

 Este contradictorio proceso cultural ha debilitado la dimensión nacional, permitiendo el fortalecimiento de otras escalas culturales, como son las identidades locales (regionales, urbanas) y la comunidad lingüística como ámbito más amplio de comunicación y entendimiento entre las sociedades. Como puede observarse, ambas escalas soslayan la dimensión nacional, operando en consecuencia también como debilitadores de ella.

 En este nuevo cuadro de la reproducción social el sistema educativo no ha desaparecido ni mucho menos. En casi todas las sociedades contemporáneas la matrícula en los diversos niveles de la enseñanza (primario, secundario y terciario) se ha incrementado. Ocurre que en las actuales circunstancias el sistema educativo cumple una función esencialmente socializadora de información en detrimento de los aspectos formativos.

 A su vez, el incremento de la matrícula ha acentuado la segmentación de la oferta educativa entre los diferentes estratos sociales. Diferencias muy notorias en la calidad de la educación dependiendo de si esta es pública o privada, e inclusive dentro de estas categorías se generan otras estratificaciones. Ello impide que la educación sea un factor igualador de oportunidades, ya que si desde el arranque unos reciben más y mejor que otros, la inserción final una vez completado el ciclo educativo tendrá características notoriamente diferentes.

 En general se encuentra que por un lado existen instituciones (públicas y privadas) actualizadas en sus tecnologías educativas, enseñando diversos idiomas, ofreciendo una atención integral, con buenas condiciones materiales de trabajo, en donde se realiza una intensa difusión de los valores dominantes (la lógica mercantil, el pensamiento único, el individualismo), en definitiva un lugar de encuentro entre niños y jóvenes integrados y con expectativas de progreso personal.

 Por otro lado se da una oferta en la que solamente existen los rudimentos de la lecto/escritura, hay atraso en los conocimientos impartidos, deterioro en las condiciones materiales de la enseñanza, ausencia de mecanismos integradores y de continentación que sustituyan la endeblez de las estructuras familiares actuales, y falta de perspectivas éticas y culturales en lo que propiamente podría denominares como la formación del individuo. Esta es la oferta educativa básicamente implementada para los sectores de bajos recursos y con tendencia a quedar transitoria o permanentemente excluidos de un sistema que prescinde de ellos.

En estos sectores sociales es donde con mayor intensidad opera la cultura “massmediática” ya que ante el debilitamiento de la familia y la depreciación de la oferta educativa, los mecanismos para asegurar la integración social se reducen a las imágenes y los mensajes percibidos audiovisualmente.

 De esta forma es que se puede afirmar que se ha reconstituido la estructura del imaginario social. La subjetividad de la gente ha pasado a expresarse a través de una nueva sensibilidad lo cual significa un gran cambio en la comunicación. Se interpreta socialmente lo que se percibe, de manera diferente a como se lo hacía antes.

 La promoción y el aliento a los procesos de participación no puede soslayar estas nuevas circunstancias. Se trata de adecuar la comunicación en los términos a cómo hoy se despliegan los nuevos códigos culturales. De lo contrario los objetivos de las políticas no serán comprendidos ni menos aún conocidos.

 De manera consciente o inconsciente, las personas ubican su propia experiencia en un determinado horizonte. Este horizonte es el que en el presente se ha trastocado. Nada mejor para comprender lo ocurrido comparar con el pasado.

 En los siglos XVIII y XIX estuvo muy presente en las diversas ideologías el romanticismo, como una melancólica mirada al pasado intentando encontrar desde allí las respuestas para los profundos cambios y conmociones que se daban.

 En el siglo XX solamente se miró hacia el futuro construyendo distintos tipos ideales de sociedades para todos los gustos: desde las utopías más regresivas hasta las más revolucionarias, pasando por todos los intentos efectivamente realizados, buena parte de ellos reducidos a genocidios y masacres inimaginablemente crueles

 En la actualidad, el siglo XXI solamente mira al presente. Un presente sin pasado ni futuro que somete la experiencia a una inmediatez como nunca tal vez se había dado en la historia.

 El cambio operado es de una enorme significación y en buena medida explica las incertidumbres del presente y más aún los atributos de la sociedad actual. Ante todo el encerramiento en sí mismo en donde el hiper desarrollo de la individualidad ha pasado a ocupar un lugar principal y creciente en la sensibilidad. Una individualidad hedonista y marcadamente egoísta en la consideración de las acciones pautadas las más de las veces por el interés personal.

 Adicionalmente, se produce el encerramiento en la comunidad de pertenencia sobre la base de identidades culturales básicas o de manera más laxa en las diversas subculturas en los que importantes sectores sociales buscan refugiarse. Aquí quizás uno de los ejemplos más llamativos es el de las subculturas juveniles.

 De manera sintética podría establecerse que la realidad de la participación social en el presente, y en especial las posibilidades de su desarrollo en sentidos alternativos, debe tener muy presente estas transformaciones en curso que se expresan en:

Ahora bien: ¿cómo inciden estas transformaciones en la política? ¿Y en la democracia?

 En un mundo del trabajo afectado por una precariedad estructural (un modo de dominación que trasciende largamente el ámbito de lo económico) sus integrantes son apenas movilizables para sobrevivir a los avatares del presente y no perder lo poco o mucho que se tiene. El futuro deseado -cuya construcción es la razón de ser de la política- no figura en la agenda. Ni siquiera bajo el rubro "futuro posible".

 Paralelamente, el complejo massmediático a menudo presenta al mundo político como una especie de "microcosmos" entregado a las manipulaciones de unos personajes mediocres, carentes de convicciones y guiados -cuando no por ambiciones personales- por los intereses corporativos que los enfrentan.

 Al mismo tiempo, fenómenos tales como la escasa credibilidad en las utopías de la modernidad, los frecuentes incumplimientos programáticos, la ineficacia y la corrupción, coadyuvan a la pérdida de la histórica centralidad de la política.

 Pero, además, asuntos que antes se resolvían políticamente (empleo, trámites jubilatorios, servicios telefónicos, etc.) ahora tienen otros canales y ámbitos de resolución.

 En consecuencia, se produce un efecto global de despolitización o, más exactamente, de desencanto de la política.

 Vivimos tiempos de lo que algunos investigadores sociales denominan "ciudadanía de baja intensidad". Una ciudadanía que ciertamente valora la libertad y postula la democracia, pero en la que simultáneamente el ciudadano tiende a delegar en las autoridades constituidas la resolución de los asuntos que hacen a sus necesidades.

 Es una ciudadanía menos basada en identidades y más intereses, de derechos difusos y culturalmente orientada a lo privado e individual.

 Esta ciudadanía tiene una visión negativa de lo estatal. El "contribuyente", "usuario" o "consumidor" son elementos redefinidores de una ciudadanía que se relaciona con la valorización de la sociedad civil, con la salida de las grandes organizaciones de masas y con lo local (apuntar a lo más inmediata, a lo que se puede controlar, donde se puede ser protagonista).

 Es una ciudadanía que deja de lado el modelo de acción colectiva y se pasa a otro donde se prioriza la sociedad civil, lo público no estatal, las organizaciones no gubernamentales y las formas de participación más desagregadas y puntuales.

 Ese modelo vinculado a los nuevos movimientos sociales, reconoce diferentes tipos de movimientos: desde los de sobrevivencia entre los pobres estructurales hasta los de calidad de vida en sectores medios altos, pasando por los de resistencia de empleados públicos al ajuste neoliberal. Se trata de formas múltiples de pertenencia donde hay intereses compartidos sin que ello implique permanencia, totalidad, unidad de objetivos o comunidad de propósitos.

 Es una ciudadanía más pasiva y que expresa una tensión significativa: porque si bien se da por sentado el comportamiento de las reglas institucionales, por un lado se induce a la orientación al mercado y al consumo, pero por otro, la alta competitividad, el desempleo y la exclusión que se propagan dejan fuera a muchos, generando una extendida privación relativa.

 Resolver esa dicotomía es un reto de la democracia y una tarea de la descentralización.

(El presente Informe fue elaborado en el marco del convenio suscrito el 20 de diciembre de 2000 entre la Intendencia Municipal de Montevideo y el Instituto de Investigación y Desarrollo)

INDICE
Introducción
Capítulo I:  Un contexto de transformaciones sociales
Capítulo II: Estado y sociedad en la gestión municipal de Montevideo
Capitulo III:  La descentralización desde la percepción de la población montevideana
Capítulo IV:  Descentralización y eficacia
Capítulo V: La participación efectivamente ocurrida y sus sujetos
Capítulo VI: Sugerencias y recomendaciones

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